Kaizen es un vocablo japonés que significa algo así como “un cambio hacia lo mejor o lo bueno”. Es más conocido como el término que explica una filosofía de gestión que pone el acento en un proceso eficiente para obtener resultados efectivos. Originada en la posguerra, condujo a los hombres y mujeres de ese país a no desesperar por obtener logros en la reconstrucción de su país. Había que hacer mucho en todos los campos: personal, familiar, económico, político, estructural… Las presiones y la ansiedad podían llevar a estrellar las intenciones una y otra vez, y cargarlas en el inventario de la salud social.
Entonces, abrevando en su cultura milenaria, mostraron al mundo los beneficios de cuidar la calidad del proceso, los detalles y las formas, para proteger el fondo de lo que buscaban. Es su modelo de mejora continua en términos económico-productivos. Si se mejora el proceso, cada vez será mejor el resultado. Será una consecuencia natural. Es una de las miradas sobre la eficiencia en la gestión.
Muchos años después, a principio de los ´90, de uno de los claustros del mítico Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) surgió una teoría concurrente en sus fines con Kaizen. Fue bautizada Teoría Lean, remitiendo a algo “magro”, sin grasas. Se refería a la búsqueda de eficiencia en los procesos productivos, postulando que había que aliviarlos de “la grasa” que los empastaba. Esto es, evitar todas aquellas acciones que no fueran críticas en el devenir planeado, las que fueron englobadas en el concepto de “desperdicios”. De otro modo, más técnico, se las identificó como las que agregan Costos sin generar más Valor.