Cuando en las organizaciones se habla de su gente, de quienes las hacen todos los días, se ha hecho costumbre referirse a los recursos humanos. Como un insumo más de la actividad productiva. Más aquí en el tiempo, tal vez alguna reflexión culposa hacia el individuo, hecho a imagen y semejanza de los dioses, creativo, inteligente, emotivo, único y libre, ha sugerido hablar del Talento, como algo que supera al común de los recursos.
Claro que lo supera, porque no es el recurso empresario que se categoriza como “humano”, para imputarlo en los costos, sino que es el más humano de los recursos. Y es el que reúne y armoniza a todos los demás, ya genéticos, culturales, ambientales, etáreos, etc.
El Talento es un complejo producto, que reconoce sus antecedentes en el “Saber”.
Quien sabe, dispone de conocimientos, habilidades y destrezas, innatas, para destacarse haciendo en un medio social. Es necesario que esas calidades naturales, para aplicarse efectivamente, estén integradas con emergentes del siendo personal, tales como el entrenamiento sostenido, el equilibrio emocional y el estado espiritual, por ejemplo.