Días atrás estaba reunido con jóvenes que ejercen una disciplina deportiva y surgieron algunos de esos juicios tan duros que suelen manejar las personas que están entregadas a una práctica competitiva. Así, desfilaron el éxito y el fracaso, el deseo de superar a un rival, el desánimo en la derrota o en el bajo nivel personal, el sentimiento personalista en medio de una actividad grupal por esencia, etc., etc. Digo juicios duros por lo encarnados que están más que por su fortaleza intrínseca. Tales juicios son lo que son porque han tenido mucha y continua prensa.
Les ofrecí trabajar esta cosa jodida que tenemos los coaches de enfocarnos en los resultados esperados. Ganas de complicarle la vida a quienes la llevan como pueden y con tanto esfuerzo… Y de sus propias entrañas fueron apareciendo sensaciones distintas.
Hablamos de la competencia con los propios condicionantes antes que contra alguien, de cómo revertir un enojo con inteligencia básica (práctica), del disfrute de compartir (renovado, a pesar de años de compartir), de lo que se pierde cuando se pierde y lo que se gana cuando se gana, de las libertades que no están (pero nadie las tiene escondidas), del sentido de un equipo cuando se le da el escaso valor de grupo (escaso respecto del valor de un equipo), de la conciencia de pertenencia (o no), de las conversaciones pendientes y hasta del espacio responsable del director técnico.
Al fin, les dejé una pregunta, serpenteante entre sus pies: cuando hablan de “éxito” o “fracaso”, se animan a identificarlos como los resultados que han creado ustedes mismos?.