Negocios que crecen

Me encantaría saber cuántos de ustedes conocían antes de este momento qué significa la palabra “negocio”. Como ocurre con tantas otras, es una complementación de dos vocablos latinos, nec y otium, para expresar lo que “no es ocio”. Cuando no hay ocio, hay alguna actividad que pretende un retorno económico bajo alguna de sus formas.

Cualquiera sea el rubro de un negocio, en la creación de la empresa (o emprendimiento) que lo ejecuta puede haber muy diversos motivadores. El primero de ellos, sin duda, un mercado dispuesto a recibir y considerar la oferta. Luego, quien la propone puede dominar una técnica para hacer algo, identificar alguna oportunidad circunstancial, presentar alguna solución novedosa, satisfacer deseos independentistas, atender escaseces personales o busca disminuir sus niveles de adrenalina, echando mano a alguna de esas alternativas.

La búsqueda de un resultado positivo, un rédito financiero, está implícita en todas las situaciones planteadas y en las otras tantísimas que no se han citado. Has oído que toda empresa persigue un lucro y es casi una tontera negar eso. También puede serlo, creo, confundir ese propósito con el deseo fundante de la empresa. Lo es, lamentablemente, y está mucho más extendido de lo que crees. Ninguna empresa se crea para ganar dinero como objetivo, más todas lo necesitan para continuar con sus objetivos.

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Llevo grabado en mi corazón una frase de Fredy Kofman, que comparto en este momento: “my job is not what I do, but the goal I pursue”. Quise guardar el encanto que tiene la sentencia en inglés, incluyendo su rima. En español: mi trabajo no es lo que hago, sino el objeto que persigo. Así, un profesor no enseña nada sino que colabora en el aprendizaje de sus alumnos. Y cobra honorarios por eso.

Más allá de las escalas, las grandes y las pequeñas organizaciones tienen su razón de ser en una validación de su mercado como proveedoras. La rentabilidad es una consecuencia de su pericia para administrar esa aprobación.

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Qué te estás contando?

Días atrás estaba reunido con jóvenes que ejercen una disciplina deportiva y surgieron algunos de esos juicios tan duros que suelen manejar las personas que están entregadas a una práctica competitiva. Así, desfilaron el éxito y el fracaso, el deseo de superar a un rival, el desánimo en la derrota o en el bajo nivel personal, el sentimiento personalista en medio de una actividad grupal por esencia, etc., etc. Digo juicios duros por lo encarnados que están más que por su fortaleza intrínseca. Tales juicios son lo que son porque han tenido mucha y continua prensa.

Les ofrecí trabajar esta cosa jodida que tenemos los coaches de enfocarnos en los resultados esperados. Ganas de complicarle la vida a quienes la llevan como pueden y con tanto esfuerzo… Y de sus propias entrañas fueron apareciendo sensaciones distintas.

Hablamos de la competencia con los propios condicionantes antes que contra alguien, de cómo revertir un enojo con inteligencia básica (práctica), del disfrute de compartir (renovado, a pesar de años de compartir), de lo que se pierde cuando se pierde y lo que se gana cuando se gana, de las libertades que no están (pero nadie las tiene escondidas), del sentido de un equipo cuando se le da el escaso valor de grupo (escaso respecto del valor de un equipo), de la conciencia de pertenencia (o no), de las conversaciones pendientes y hasta del espacio responsable del director técnico.

Al fin, les dejé una pregunta, serpenteante entre sus pies: cuando hablan de “éxito” o “fracaso”, se animan a identificarlos como los resultados que han creado ustedes mismos?.

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